Por: Pepe Escobar.- Asia Times Online
Será un camino largo, sinuoso, lleno de peligros y quizás sangriento antes de que la revolución popular egipcia pueda incluso soñar con aproximarse al modelo indonesio post-Suharto (la mayor y más plural democracia en un país de mayoría musulmana) o al actual modelo turco (sancionado también en las urnas).
Será un camino largo, sinuoso, lleno de peligros y quizás sangriento antes de que la revolución popular egipcia pueda incluso soñar con aproximarse al modelo indonesio post-Suharto (la mayor y más plural democracia en un país de mayoría musulmana) o al actual modelo turco (sancionado también en las urnas).
Como predije (“Rage, rage against the counter-revolution”, Asia Times Online, 1 febrero 2011 [*]), la contrarrevolución está en marcha, servida por los sospechosos habituales: el ejército egipcio; las elites compradoras del mubarakismo y la tríada formada por Washington, Tel Aviv y las capitales europeas.
Después de más de dos semanas de protestas en las calles de Egipto contra el Presidente Hosni Mubarak, de eso va la “transición ordenada” de la Casa Blanca, tenemos a Washington interviniendo por todas partes, aunque la calle egipcia haya roto el espejo y desafíe definitivamente la “estabilidad”/terror contra él impuestos por el lado oscuro.
La contrarrevolución va más allá de los comentarios de Frank Wisner, un miembro activo de la Agencia Central de Inteligencia de EEUU y Wall Street que es el agente secreto del presidente Obama en El Cairo y amigo personal del presidente egipcio, sobre la conveniencia de que Mubarak se quede y supervise la transición.
Aparece casi como por casualidad, como cuando Robert Springboard, profesor de asuntos de seguridad naval en la Escuela Naval de Postgrado de EEUU, le dijo a Reuters: “El ejército orquestará la sucesión. Occidente –EEUU y la Unión Europea- trabaja con ese fin. Estamos colaborando estrechamente con el ejército… para asegurar la continuación del papel dominante del ejército en la sociedad, la política y la economía”. Tradúzcase: arrasar al pueblo para asegurar la “estabilidad”.
La ciudad de tiendas de campaña instalada en la Plaza Tahrir en la capital, El Cairo, es totalmente consciente de que las décadas de Egipto como estado clientelista de EEUU, más las manipulaciones sin fin del Fondo Monetario Internacional/Banco Mundial, crearon la perfecta tormenta económica como factor clave que propició la revolución. Esa es también la causa principal de que la calle quiera –según uno de sus principales eslóganes- derribar al régimen entero. Atando cabos, la calle sabe también que un gobierno egipcio verdaderamente representativo y soberano imposibilita cualquier acuerdo de poder para un Oriente Medio controlado por EEUU.
Históricamente, lo que Washington temió siempre realmente es el nacionalismo árabe, no a un puñado de yihadistas chiflados hechos a sí mismos. El nacionalismo árabe es intrínseca y visceralmente opuesto a los acuerdos de paz de Camp David de 1979, que neutralizaron a Egipto y dotaron a Israel de una mano de hierro para que pudiera proseguir su lento estrangulamiento de Palestina; para As’ad Abu Jalil, de la página de Internet Angry Arab, cada uno de los expertos en Oriente Medio que trabajó en los acuerdos “ayudó a construir una dictadura monstruosa en Egipto”.
El ex negociador de paz israelí Daniel Levy, que ahora se ha colocado en la New American Foundation, lo explica más claramente en el New York Times, “Los israelíes están diciendo, après Mubarak, le déluge [después de Mubarak, el diluvio…]… El problema para EEUU es que puede mantener el equilibrio como portador de la agenda israelí si cuenta con autócratas árabes, pero no puede mantenerlo si enfrente tiene democracias árabes”.
Corríjase: En realidad, después de Mubarak no viene el diluvio sino “nuestro torturador”, el vicepresidente Omar Suleiman, el jefe de la Mujabarat, ampliamente apodado por los manifestantes “el Jeque de la Tortura” tras el trabajo realizado arrojando al menos a 30.000 seres a la cárcel como sospechosos yihadistas, aceptando las entregas extraordinarias de la CIA y torturando a esas personas que le entregaban. A inocentes, como Sheij Libi, quien, bajo tortura, confesó que los matones del dictador iraquí Saddam Hussein estaban entrenando a los yihadistas de al-Qaida. El ex secretario de estado de EEUU Colin Powell no tuvo reparos en utilizar esta “información” para su infame discurso ante las Naciones Unidas de febrero de 2002 justificando la guerra contra Iraq.
Echad a esos gandules al Nilo
Fundamentalmente, esto es lo que la calle egipcia quiere: que Mubarak se vaya de inmediato. Que Suleiman dé comienzo a un diálogo nacional con una coalición de la oposición bajo la observación neutral de una delegación de las Naciones Unidas. Después, que se establezca una asamblea constitucional que enmiende los artículos 77, 78 y 88 de la constitución a fin de permitir que cualquier egipcio pueda ser candidato a la presidencia.
Que se levante el estado de excepción (que lleva vigente más de 25 años). Que el sistema judicial establezca instituciones de control para las futuras elecciones. Que se establezca un órgano nacional de coalición que supervise la transición durante los próximos seis meses y organice elecciones según los estándares internacionales. Que se fijen nuevas directrices para que el Partido Demócrata Nacional (PDN) de Mubarak no pueda vetar a ningún partido político legal, que actúe en su lugar una entidad neutral independiente. Que se implante de inmediato en el país el imperio de la ley y un sistema judicial independiente.
Los grupos de jóvenes, elemento central en la revolución, van más allá. Quieren además: la dimisión de todo el PDN, incluido Suleiman; un gobierno transitorio de base amplia designado por un comité de catorce personas que esté compuesto por jueces de alto rango, líderes juveniles y miembros del ejército; la elección de un consejo de 40 intelectuales y expertos constitucionales para que redacte una nueva constitución bajo la supervisión del gobierno transitorio y a continuación la presente al pueblo para que la vote en referéndum; nuevas elecciones locales y nacionales; el fin del estado de excepción; el desmantelamiento de todo el aparato de la seguridad estatal; y el enjuiciamiento de los altos dirigentes del régimen, incluido Mubarak.
Sencillamente, la calle no confía en ese “Consejo de Hombres Sabios”, como ellos mismos se denominan, que incluye al secretario general de la Liga Árabe Amr Moussa; al ganador del Premio Nóbel y asesor de Obama Ahmed Zuwail; al profesor Mohamed Selim al-Awa; al presidente del partido Wafd Said al-Badawi; al poderoso hombre de negocios de El Cairo Nagib Suez y al abogado Ahmed Kamal Aboul Magd, todos a favor de que Suleiman presida la tal “transición ordenada” bajo el pretexto de que el liderazgo de la oposición está extremadamente dividido y no pueden ponerse de acuerdo en nada. Pero creerse que Suleiman está dispuesto a disolver su propio partido, a disolver el parlamento, a disolver la policía estatal y a cambiar la constitución, debe ser consecuencia del hechizo de un sueño de opio orientalista.
Por el momento, el nuevo partido Wafd (seis escaños) y Tagammu (cinco escaños) son los mayores partidos de oposición aprobados por el régimen en un parlamento de 518 escaños. Después están al-Ghad (“Mañana”), fundado por Ayman Tour (protestó durante la última elección presidencial y acabó en la cárcel). La Generación Y de las calles les considera a todos ellos irrelevantes, se congregan alrededor del movimiento Kefaya (“¡Ya basta!”) y acaban de formar un Frente Joven por Egipto.
Por el momento, el único grupo de la oposición que plantea demandas económicas fundamentales es la flamante nueva Federación Egipcia de Sindicatos Independientes; quieren un salario mínimo mensual de 1.200 libras egipcias (alrededor de 204 dólares USA), aumentos anuales para igualar la inflación y derechos garantizados a pluses y beneficios.
Obviamente, nada va a cambiar en Egipto sin una nueva constitución capaz de garantizar derechos políticos a coptos, chiíes, bah’ais, nubios, beduinos, a quien sea. Al mismo tiempo, egipcios laicos, cristianos, el nuevo Frente de Jóvenes por Egipto, los nasseristas, los partisanos del Nuevo Wafd, los socialistas, todos parecen en estar de acuerdo en que ningún espectro de los Hermanos Musulmanes (HM) va a implantar la sharía en Egipto. El profesor Tariq Ramadan, cuyo abuelo, Hasan al-Banna, fundó los HM en 1928, subraya que esa es “completamente una proyección ideológica para proteger intereses geopolíticos”.
Las estimaciones locales señalan que los HM no representan a más del 22% de la población musulmana; por tanto, el 78% no les votaría. La sociedad egipcia practica ya lo que puede considerarse como una rama muy moderada del islam. El islam es la religión del estado; la hijab y el niqab son normales, así como la galabiya para los hombres.
Y para todos aquellos que agitan el espectro de la Revolución Islámica de 1979 en Irán (y que obviamente no aciertan a distinguir un chií de un sunní), la composición social y religiosa de Egipto es completamente diferente de la de Irán. Lo que es, en definitiva, más revelador es lo que el mismo mundo árabe considera como amenaza. Una encuesta de Brookings, realizada en agosto de 2010, mostraba que sólo el 10% de los árabes ven a Irán como amenaza, frente a quienes consideran como las mayores amenazas a Estados Unidos (el 77%) y, más aún, a Israel (el 88%).
Permítanme que les propague la democracia
La calle tiene pirámides de razones para preocuparse. Todas las evidencias señalan que estos días que conmovieron al mundo evolucionan hacia una definición de “estabilidad” urdida por Washington, con una “transición ordenada” dirigida por un ex torturador y con todo el régimen en su sitio, comprando tiempo, argumentando que es preciso discutir cualquier cambio crucial de la constitución, más el argumento interno egipcio de que Mubarak no puede dimitir ahora porque es inconstitucional o porque entonces sería el caos.
Y como el punto muerto persiste –incluso con la calle aún totalmente movilizada-, lo que pasa por diálogo entre el régimen y unos cuantos sectores de la oposición, incluidos los usurpadores de la revolución, está tratando de dividir el ya diferenciado y esencialmente sin liderazgo movimiento de protesta. Washington no se siente precisamente infeliz. Ni tampoco sus subordinados de la Unión Europea. La jefa de la política exterior de la UE, Lady Catherine Ashton, defiende a Suleiman –con quien ella ha hablado- por tener ya “un plan” para cumplir algunas de las demandas de los manifestantes. La palabra operativa fundamental aquí es “algunas”.
Imaginen el resultado de todo este sin sentido, cientos de muertos y miles de heridos por el régimen –además de los innumerables miles eliminados durante las pasadas tres décadas-, con esta aséptica “transición ordenada” dirigida por “el Jeque de la Tortura”, jaleada por los políticos y los medios corporativos de Washington, las capitales europeas y Tel Aviv como una victoria democrática de la revolución de la calle y la voluntad colectiva del pueblo egipcio.
Como zanahorias podridas, ya se están colgando del palo una serie de reformas económicas/políticas minimalistas mientras se sigue arrestando a los periodistas extranjeros, los matones aterrorizan a los líderes de la protesta y los medios estatales siguen conectados al modo Granja Animal. La opinión pública egipcia está siendo lenta y metódicamente dividida. La junta militar no muestra ni una fisura. Suleiman y Annan son las queridas de Washington. Y el ministro de Defensa, el mariscal de campo Mohammed Hussein Tantawi, es la querida del supremo del Pentágono, Robert Gates.
La dictadura militar quiere ciertamente que Estados Unidos siga extendiendo la democracia en Egipto en forma de ayuda monetaria para pagar los tanques Abrams amontonados en los alrededores de El Cairo, las ventas de la Boeing de helicópteros Chinook CH-47, las ventas de la Lockheed Martin de F-16 (un contrato por valor de 230 millones de dólares), las ventas por Sikorsky de Black Hawks, las ventas de L-3 Ocean Systems de equipamiento para detectar amenazas submarinas, la CAE de Tampa, las ventas de Florida de sistemas de armamento F-130H, además de una afluencia de 450 misiles nuevos Hellfire II, por no mencionar la gran ayuda que suponen los botes de gas lacrimógeno que vende Combined Systems Inc (CSI) en Jamestown, Pensilvania.
Y no se olviden de esos contratos del Pentágono que muestran que el gobierno de EEUU gastó alrededor de 110 millones de dólares en la compra y mantenimiento de la flota de nueve aviones Gulfstream de Mubarak. Los que están en la Plaza Tahrir deben estarse preguntando si no van a acabar utilizando alguno de esos Gulfstream para transportarles a Guantánamo…
Una astuta contrarrevolución es exactamente lo que la revolución necesita justo ahora para permanecer en estado de máxima alerta. Cuando al final se vea exactamente lo que es la “transición ordenada”, hay grandes probabilidades de que no sólo Egipto sino todo el mundo árabe se convierta en una gran bola de fuego.
Después de más de dos semanas de protestas en las calles de Egipto contra el Presidente Hosni Mubarak, de eso va la “transición ordenada” de la Casa Blanca, tenemos a Washington interviniendo por todas partes, aunque la calle egipcia haya roto el espejo y desafíe definitivamente la “estabilidad”/terror contra él impuestos por el lado oscuro.
La contrarrevolución va más allá de los comentarios de Frank Wisner, un miembro activo de la Agencia Central de Inteligencia de EEUU y Wall Street que es el agente secreto del presidente Obama en El Cairo y amigo personal del presidente egipcio, sobre la conveniencia de que Mubarak se quede y supervise la transición.
Aparece casi como por casualidad, como cuando Robert Springboard, profesor de asuntos de seguridad naval en la Escuela Naval de Postgrado de EEUU, le dijo a Reuters: “El ejército orquestará la sucesión. Occidente –EEUU y la Unión Europea- trabaja con ese fin. Estamos colaborando estrechamente con el ejército… para asegurar la continuación del papel dominante del ejército en la sociedad, la política y la economía”. Tradúzcase: arrasar al pueblo para asegurar la “estabilidad”.
La ciudad de tiendas de campaña instalada en la Plaza Tahrir en la capital, El Cairo, es totalmente consciente de que las décadas de Egipto como estado clientelista de EEUU, más las manipulaciones sin fin del Fondo Monetario Internacional/Banco Mundial, crearon la perfecta tormenta económica como factor clave que propició la revolución. Esa es también la causa principal de que la calle quiera –según uno de sus principales eslóganes- derribar al régimen entero. Atando cabos, la calle sabe también que un gobierno egipcio verdaderamente representativo y soberano imposibilita cualquier acuerdo de poder para un Oriente Medio controlado por EEUU.
Históricamente, lo que Washington temió siempre realmente es el nacionalismo árabe, no a un puñado de yihadistas chiflados hechos a sí mismos. El nacionalismo árabe es intrínseca y visceralmente opuesto a los acuerdos de paz de Camp David de 1979, que neutralizaron a Egipto y dotaron a Israel de una mano de hierro para que pudiera proseguir su lento estrangulamiento de Palestina; para As’ad Abu Jalil, de la página de Internet Angry Arab, cada uno de los expertos en Oriente Medio que trabajó en los acuerdos “ayudó a construir una dictadura monstruosa en Egipto”.
El ex negociador de paz israelí Daniel Levy, que ahora se ha colocado en la New American Foundation, lo explica más claramente en el New York Times, “Los israelíes están diciendo, après Mubarak, le déluge [después de Mubarak, el diluvio…]… El problema para EEUU es que puede mantener el equilibrio como portador de la agenda israelí si cuenta con autócratas árabes, pero no puede mantenerlo si enfrente tiene democracias árabes”.
Corríjase: En realidad, después de Mubarak no viene el diluvio sino “nuestro torturador”, el vicepresidente Omar Suleiman, el jefe de la Mujabarat, ampliamente apodado por los manifestantes “el Jeque de la Tortura” tras el trabajo realizado arrojando al menos a 30.000 seres a la cárcel como sospechosos yihadistas, aceptando las entregas extraordinarias de la CIA y torturando a esas personas que le entregaban. A inocentes, como Sheij Libi, quien, bajo tortura, confesó que los matones del dictador iraquí Saddam Hussein estaban entrenando a los yihadistas de al-Qaida. El ex secretario de estado de EEUU Colin Powell no tuvo reparos en utilizar esta “información” para su infame discurso ante las Naciones Unidas de febrero de 2002 justificando la guerra contra Iraq.
Echad a esos gandules al Nilo
Fundamentalmente, esto es lo que la calle egipcia quiere: que Mubarak se vaya de inmediato. Que Suleiman dé comienzo a un diálogo nacional con una coalición de la oposición bajo la observación neutral de una delegación de las Naciones Unidas. Después, que se establezca una asamblea constitucional que enmiende los artículos 77, 78 y 88 de la constitución a fin de permitir que cualquier egipcio pueda ser candidato a la presidencia.
Que se levante el estado de excepción (que lleva vigente más de 25 años). Que el sistema judicial establezca instituciones de control para las futuras elecciones. Que se establezca un órgano nacional de coalición que supervise la transición durante los próximos seis meses y organice elecciones según los estándares internacionales. Que se fijen nuevas directrices para que el Partido Demócrata Nacional (PDN) de Mubarak no pueda vetar a ningún partido político legal, que actúe en su lugar una entidad neutral independiente. Que se implante de inmediato en el país el imperio de la ley y un sistema judicial independiente.
Los grupos de jóvenes, elemento central en la revolución, van más allá. Quieren además: la dimisión de todo el PDN, incluido Suleiman; un gobierno transitorio de base amplia designado por un comité de catorce personas que esté compuesto por jueces de alto rango, líderes juveniles y miembros del ejército; la elección de un consejo de 40 intelectuales y expertos constitucionales para que redacte una nueva constitución bajo la supervisión del gobierno transitorio y a continuación la presente al pueblo para que la vote en referéndum; nuevas elecciones locales y nacionales; el fin del estado de excepción; el desmantelamiento de todo el aparato de la seguridad estatal; y el enjuiciamiento de los altos dirigentes del régimen, incluido Mubarak.
Sencillamente, la calle no confía en ese “Consejo de Hombres Sabios”, como ellos mismos se denominan, que incluye al secretario general de la Liga Árabe Amr Moussa; al ganador del Premio Nóbel y asesor de Obama Ahmed Zuwail; al profesor Mohamed Selim al-Awa; al presidente del partido Wafd Said al-Badawi; al poderoso hombre de negocios de El Cairo Nagib Suez y al abogado Ahmed Kamal Aboul Magd, todos a favor de que Suleiman presida la tal “transición ordenada” bajo el pretexto de que el liderazgo de la oposición está extremadamente dividido y no pueden ponerse de acuerdo en nada. Pero creerse que Suleiman está dispuesto a disolver su propio partido, a disolver el parlamento, a disolver la policía estatal y a cambiar la constitución, debe ser consecuencia del hechizo de un sueño de opio orientalista.
Por el momento, el nuevo partido Wafd (seis escaños) y Tagammu (cinco escaños) son los mayores partidos de oposición aprobados por el régimen en un parlamento de 518 escaños. Después están al-Ghad (“Mañana”), fundado por Ayman Tour (protestó durante la última elección presidencial y acabó en la cárcel). La Generación Y de las calles les considera a todos ellos irrelevantes, se congregan alrededor del movimiento Kefaya (“¡Ya basta!”) y acaban de formar un Frente Joven por Egipto.
Por el momento, el único grupo de la oposición que plantea demandas económicas fundamentales es la flamante nueva Federación Egipcia de Sindicatos Independientes; quieren un salario mínimo mensual de 1.200 libras egipcias (alrededor de 204 dólares USA), aumentos anuales para igualar la inflación y derechos garantizados a pluses y beneficios.
Obviamente, nada va a cambiar en Egipto sin una nueva constitución capaz de garantizar derechos políticos a coptos, chiíes, bah’ais, nubios, beduinos, a quien sea. Al mismo tiempo, egipcios laicos, cristianos, el nuevo Frente de Jóvenes por Egipto, los nasseristas, los partisanos del Nuevo Wafd, los socialistas, todos parecen en estar de acuerdo en que ningún espectro de los Hermanos Musulmanes (HM) va a implantar la sharía en Egipto. El profesor Tariq Ramadan, cuyo abuelo, Hasan al-Banna, fundó los HM en 1928, subraya que esa es “completamente una proyección ideológica para proteger intereses geopolíticos”.
Las estimaciones locales señalan que los HM no representan a más del 22% de la población musulmana; por tanto, el 78% no les votaría. La sociedad egipcia practica ya lo que puede considerarse como una rama muy moderada del islam. El islam es la religión del estado; la hijab y el niqab son normales, así como la galabiya para los hombres.
Y para todos aquellos que agitan el espectro de la Revolución Islámica de 1979 en Irán (y que obviamente no aciertan a distinguir un chií de un sunní), la composición social y religiosa de Egipto es completamente diferente de la de Irán. Lo que es, en definitiva, más revelador es lo que el mismo mundo árabe considera como amenaza. Una encuesta de Brookings, realizada en agosto de 2010, mostraba que sólo el 10% de los árabes ven a Irán como amenaza, frente a quienes consideran como las mayores amenazas a Estados Unidos (el 77%) y, más aún, a Israel (el 88%).
Permítanme que les propague la democracia
La calle tiene pirámides de razones para preocuparse. Todas las evidencias señalan que estos días que conmovieron al mundo evolucionan hacia una definición de “estabilidad” urdida por Washington, con una “transición ordenada” dirigida por un ex torturador y con todo el régimen en su sitio, comprando tiempo, argumentando que es preciso discutir cualquier cambio crucial de la constitución, más el argumento interno egipcio de que Mubarak no puede dimitir ahora porque es inconstitucional o porque entonces sería el caos.
Y como el punto muerto persiste –incluso con la calle aún totalmente movilizada-, lo que pasa por diálogo entre el régimen y unos cuantos sectores de la oposición, incluidos los usurpadores de la revolución, está tratando de dividir el ya diferenciado y esencialmente sin liderazgo movimiento de protesta. Washington no se siente precisamente infeliz. Ni tampoco sus subordinados de la Unión Europea. La jefa de la política exterior de la UE, Lady Catherine Ashton, defiende a Suleiman –con quien ella ha hablado- por tener ya “un plan” para cumplir algunas de las demandas de los manifestantes. La palabra operativa fundamental aquí es “algunas”.
Imaginen el resultado de todo este sin sentido, cientos de muertos y miles de heridos por el régimen –además de los innumerables miles eliminados durante las pasadas tres décadas-, con esta aséptica “transición ordenada” dirigida por “el Jeque de la Tortura”, jaleada por los políticos y los medios corporativos de Washington, las capitales europeas y Tel Aviv como una victoria democrática de la revolución de la calle y la voluntad colectiva del pueblo egipcio.
Como zanahorias podridas, ya se están colgando del palo una serie de reformas económicas/políticas minimalistas mientras se sigue arrestando a los periodistas extranjeros, los matones aterrorizan a los líderes de la protesta y los medios estatales siguen conectados al modo Granja Animal. La opinión pública egipcia está siendo lenta y metódicamente dividida. La junta militar no muestra ni una fisura. Suleiman y Annan son las queridas de Washington. Y el ministro de Defensa, el mariscal de campo Mohammed Hussein Tantawi, es la querida del supremo del Pentágono, Robert Gates.
La dictadura militar quiere ciertamente que Estados Unidos siga extendiendo la democracia en Egipto en forma de ayuda monetaria para pagar los tanques Abrams amontonados en los alrededores de El Cairo, las ventas de la Boeing de helicópteros Chinook CH-47, las ventas de la Lockheed Martin de F-16 (un contrato por valor de 230 millones de dólares), las ventas por Sikorsky de Black Hawks, las ventas de L-3 Ocean Systems de equipamiento para detectar amenazas submarinas, la CAE de Tampa, las ventas de Florida de sistemas de armamento F-130H, además de una afluencia de 450 misiles nuevos Hellfire II, por no mencionar la gran ayuda que suponen los botes de gas lacrimógeno que vende Combined Systems Inc (CSI) en Jamestown, Pensilvania.
Y no se olviden de esos contratos del Pentágono que muestran que el gobierno de EEUU gastó alrededor de 110 millones de dólares en la compra y mantenimiento de la flota de nueve aviones Gulfstream de Mubarak. Los que están en la Plaza Tahrir deben estarse preguntando si no van a acabar utilizando alguno de esos Gulfstream para transportarles a Guantánamo…
Una astuta contrarrevolución es exactamente lo que la revolución necesita justo ahora para permanecer en estado de máxima alerta. Cuando al final se vea exactamente lo que es la “transición ordenada”, hay grandes probabilidades de que no sólo Egipto sino todo el mundo árabe se convierta en una gran bola de fuego.
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