Por: Michael R. Krätke
Los disturbios en Túnez y Egipto estallaron tras meses de una inflación galopante en los precios de los alimentos. Ambos países se convierten así en los precursores de una nueva crisis alimentaria mundial.
Los disturbios en Túnez y Egipto estallaron tras meses de una inflación galopante en los precios de los alimentos. Ambos países se convierten así en los precursores de una nueva crisis alimentaria mundial.
Ya se anunció el verano pasado: se avecina la próxima crisis alimentaria para la mayoría de la población mundial. Las Naciones Unidas alertaron a comienzos de 2011 de nuevas revueltas de pobreza. Se dice que la crisis alimentaria mundial de 2008, que condujo a precios récord de los alimentos básicos y provocó revueltas sociales desde México a Indonesia, podría repetirse. Ahora se ha demostrado que los funcionarios de la ONU tenían razón. El 2008 la necesidad condujo a sangrientos disturbios en los países pobres, no sólo en Haití, sino también en Egipto.
El índice de precios de alimentos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas inglesas) –un cesto de compra básico con trigo, maíz, arroz, soja, azúcar, aceite y productos lácteos– llegó a su cota más elevada desde 1990, el año de su introducción. Desde entonces se encuentra, con 215 puntos, por encima del valor de 213'5 puntos de junio de 2008, cuando la crisis de entonces alcanzó su punto culminante. En diciembre los índices para el trigo, el aceite, el maíz, el arroz, la carne y la leche pulverizaron todos los récords: el maíz registró una subida del 60%, el trigo del 43% y el azúcar del 77%. Incluso en la bienestante Europa aumentaron los precios de los alimentos para los consumidores en un año que se despedía con inflación, mientras en otras regiones del mundo se intentaba conjurar la malnutrición y la lucha diaria para la supervivencia que acarrea el alza de precios.
La mayoría de los países africanos dependen hoy de la importación de alimentos, mientras que los estados árabes, con Egipto a la cabeza, se han consolidado ya como los mayores importadores de cereales del mundo. En Túnez, Argelia y Egipto los hogares deben invertir de un 40 a un 50% de sus ingresos en la compra de alimentos, de modo que el 'boom' de los precios del 20 hasta el 25% que se vivió a partir de noviembre apenas pudo ser absorbido. Mucho menos por una población abrumadora joven que padece un insoportable desempleo. Sin trabajo no hay salario, poco pan y menos carne todavía. No es ninguna sorpresa que la gente haya llevado su desesperación a las calles.
El gobierno de Mubarak ha subvencionado fuertemente la importación de alimentos, a la que destina cerca del siete por ciento del Producto Interior Bruto (BIP) del país con el objetivo de mantener mal que bien la estabilidad de los precios. Sin embargo, es claro que esta medida no alcanza a atrapar a los precios al alza del mercado mundial. Sólo la carne en Egipto valía un cuarto más que antes del cambio de año, lo que condujo a que en los restaurantes cairotas no se ofreciesen ya platos con carne. Al fin y al cabo, ¿quién podía costeárselos?
Demos gracias al dinero barato
La actual crisis alimentaria comprende varias regiones del planeta a pesar de la en parte buena cosecha media del año 2010, comparable a la de 2007 y 2008. Por vez primera los principales gobiernos de los países industriales han declarado querer poner coto a la especulación en las bolsas a futuros. Naturalmente, el aplauso no es unánime: los economistas vulgares están en contra, la especulación no podría nunca influir en los precios de las mercancías porque éstos son resultado de la oferta y la demanda. Por desgracia, las bolsas a futuro funcionan de una manera muy diferente ya desde mediados del siglo XIX.
Aunque el volumen del mercado de materias primas, especialmente de los mercados agrario y de alimentos, es pequeño comparado con los mercados de divisas o acciones, en las últimas décadas creció de manera perceptible y ofreció a cada vez más inversores un campo de acción lucrativo. Hace ya mucho tiempo que las bolsas a futuros para alimentos han sido secuestradas por bancos, fondos de inversión y hedge funds, que es tanto como decir: por los especuladores profesionales mejor organizados. Goldman Sachs, JP Morgan, Barclays y el Deutsche Bank manejan allí el dinero de inversores, a quienes a su vez venden certificados de gran éxito en las bolsas a futuros que son sumamente atractivos para los poseedores de grandes fortunas, porque muchos de estos fondos especiales en pocos meses adquieren un 20% y más de su valor inicial. Como consecuencia, el dinero fluye hacia el comercio con materias primas. Grandes especuladores, fondos de inversión o de hedge funds individuales se encuentran cómodos junto a la caja registradora donde pueden comprar un siete, un ocho o un diez por ciento de la cosecha mundial de cacao, arroz o trigo. Los precios no son imperturbables. La cantidad de contratos a futuros en alimentos que se comercian en las bolsas de todo el mundo (sobre todo en Chicago) ha subido como la espuma. Decenas de miles de estos contratos, con un volumen de miles de millones, son exactamente iguales a la hora de las transacciones, donde los grandes bancos y hedge funds controlan a gran escala las materias primas y los alimentos y actúan inflando los precios.
La propuesta de la comisión reguladora estadounidense CFTC a comienzos la semana anterior de limitar los ítem para la especulación en las bolsas a futuros que un mismo vendedor puede tener al mismo tiempo a un 25% del volumen total, dice mucho. En Europa todavía no hay ni una sola norma que obligue a informar sobre los derivados de valores agrarios. Sin una política de dinero barato e inundación de capital como la que la Reserva Federal estadounidense y otros bancos centrales han propuesto no se dará este desarrollo. Los negocios especulativos con alimentos se manejarán, como siempre, a crédito. Lo que valió para el 2008 valdrá para el 2011.
Lo que pueden hacer los gobiernos en contra de la especulación –la compra de stocks alimenticios, como en Arabia Saudí o Algeria, o la prohibición de exportaciones, como en Rusia y Ucrania– podría generar en los precios del mercado mundial un 'boom' adicional. No es ninguna sorpresa que incluso al Banco Mundial le recorra un escalofrío la espalda y advierta a voz en grito de la existencia de una guerra comercial en torno a los alimentos y a las materias primas artificialmente encarecidas. Esta guerra hace tiempo que se libra, y lo hace sin piedad y a pleno rendimiento.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
El índice de precios de alimentos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas inglesas) –un cesto de compra básico con trigo, maíz, arroz, soja, azúcar, aceite y productos lácteos– llegó a su cota más elevada desde 1990, el año de su introducción. Desde entonces se encuentra, con 215 puntos, por encima del valor de 213'5 puntos de junio de 2008, cuando la crisis de entonces alcanzó su punto culminante. En diciembre los índices para el trigo, el aceite, el maíz, el arroz, la carne y la leche pulverizaron todos los récords: el maíz registró una subida del 60%, el trigo del 43% y el azúcar del 77%. Incluso en la bienestante Europa aumentaron los precios de los alimentos para los consumidores en un año que se despedía con inflación, mientras en otras regiones del mundo se intentaba conjurar la malnutrición y la lucha diaria para la supervivencia que acarrea el alza de precios.
La mayoría de los países africanos dependen hoy de la importación de alimentos, mientras que los estados árabes, con Egipto a la cabeza, se han consolidado ya como los mayores importadores de cereales del mundo. En Túnez, Argelia y Egipto los hogares deben invertir de un 40 a un 50% de sus ingresos en la compra de alimentos, de modo que el 'boom' de los precios del 20 hasta el 25% que se vivió a partir de noviembre apenas pudo ser absorbido. Mucho menos por una población abrumadora joven que padece un insoportable desempleo. Sin trabajo no hay salario, poco pan y menos carne todavía. No es ninguna sorpresa que la gente haya llevado su desesperación a las calles.
El gobierno de Mubarak ha subvencionado fuertemente la importación de alimentos, a la que destina cerca del siete por ciento del Producto Interior Bruto (BIP) del país con el objetivo de mantener mal que bien la estabilidad de los precios. Sin embargo, es claro que esta medida no alcanza a atrapar a los precios al alza del mercado mundial. Sólo la carne en Egipto valía un cuarto más que antes del cambio de año, lo que condujo a que en los restaurantes cairotas no se ofreciesen ya platos con carne. Al fin y al cabo, ¿quién podía costeárselos?
Demos gracias al dinero barato
La actual crisis alimentaria comprende varias regiones del planeta a pesar de la en parte buena cosecha media del año 2010, comparable a la de 2007 y 2008. Por vez primera los principales gobiernos de los países industriales han declarado querer poner coto a la especulación en las bolsas a futuros. Naturalmente, el aplauso no es unánime: los economistas vulgares están en contra, la especulación no podría nunca influir en los precios de las mercancías porque éstos son resultado de la oferta y la demanda. Por desgracia, las bolsas a futuro funcionan de una manera muy diferente ya desde mediados del siglo XIX.
Aunque el volumen del mercado de materias primas, especialmente de los mercados agrario y de alimentos, es pequeño comparado con los mercados de divisas o acciones, en las últimas décadas creció de manera perceptible y ofreció a cada vez más inversores un campo de acción lucrativo. Hace ya mucho tiempo que las bolsas a futuros para alimentos han sido secuestradas por bancos, fondos de inversión y hedge funds, que es tanto como decir: por los especuladores profesionales mejor organizados. Goldman Sachs, JP Morgan, Barclays y el Deutsche Bank manejan allí el dinero de inversores, a quienes a su vez venden certificados de gran éxito en las bolsas a futuros que son sumamente atractivos para los poseedores de grandes fortunas, porque muchos de estos fondos especiales en pocos meses adquieren un 20% y más de su valor inicial. Como consecuencia, el dinero fluye hacia el comercio con materias primas. Grandes especuladores, fondos de inversión o de hedge funds individuales se encuentran cómodos junto a la caja registradora donde pueden comprar un siete, un ocho o un diez por ciento de la cosecha mundial de cacao, arroz o trigo. Los precios no son imperturbables. La cantidad de contratos a futuros en alimentos que se comercian en las bolsas de todo el mundo (sobre todo en Chicago) ha subido como la espuma. Decenas de miles de estos contratos, con un volumen de miles de millones, son exactamente iguales a la hora de las transacciones, donde los grandes bancos y hedge funds controlan a gran escala las materias primas y los alimentos y actúan inflando los precios.
La propuesta de la comisión reguladora estadounidense CFTC a comienzos la semana anterior de limitar los ítem para la especulación en las bolsas a futuros que un mismo vendedor puede tener al mismo tiempo a un 25% del volumen total, dice mucho. En Europa todavía no hay ni una sola norma que obligue a informar sobre los derivados de valores agrarios. Sin una política de dinero barato e inundación de capital como la que la Reserva Federal estadounidense y otros bancos centrales han propuesto no se dará este desarrollo. Los negocios especulativos con alimentos se manejarán, como siempre, a crédito. Lo que valió para el 2008 valdrá para el 2011.
Lo que pueden hacer los gobiernos en contra de la especulación –la compra de stocks alimenticios, como en Arabia Saudí o Algeria, o la prohibición de exportaciones, como en Rusia y Ucrania– podría generar en los precios del mercado mundial un 'boom' adicional. No es ninguna sorpresa que incluso al Banco Mundial le recorra un escalofrío la espalda y advierta a voz en grito de la existencia de una guerra comercial en torno a los alimentos y a las materias primas artificialmente encarecidas. Esta guerra hace tiempo que se libra, y lo hace sin piedad y a pleno rendimiento.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
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