Atilio A. Boron |
Días atrás Guillermo Almeyra publicó una nota en la que critica acerbamente un breve escrito de mi autoría sobre el proceso de cambios que se avecina en Cuba.[1] A lo largo de las líneas que siguen trataré de fundamentar lo más persuasivamente posible la interpretación que tanto irritara a mi crítico.
Previo a ello, sin embargo, es inevitable decir unas pocas palabras sobre la sorprendente inquina que refleja el tono y el estilo de la nota escrita por Almeyra, tanto más sorprendente cuanto se trata de alguien con quien siempre mantuve un trato sumamente cordial y nada permitía presagiar una actitud como la que ahora no tengo más remedio que comentar. Tono y estilo, digámoslo de una vez, que recuerdan los que prevalecían en la Unión Soviética durante el apogeo del estalinismo, algo que mi crítico no se cansó de cuestionar a lo largo de medio siglo.
Será tal vez por esa pertinaz perseverancia que le pasó lo que a tantos otros: que a fuerza de concentrar su atención en un personaje histórico terminan amándolo (caso del historiador italiano Renzo de Felice con Mussolini) o asimilando, inconcientemente, algunos de los rasgos definitorios de la personalidad de su objeto de estudio (caso de Almeyra con Stalin).
Porque de otro modo es incomprensible el tono admonitorio y ofensivo que ilumina toda su nota, en donde se me acusa de recién ahora haberme percatado de las incurables y gravísimas distorsiones del modelo soviético, cosa que quien haya leído mi obra o asistido a mis clases o conferencias sabe que vengo haciendo desde hace décadas; o la rastrera insinuación de que yo me habría abstenido de criticar el rumbo de la economía cubana porque en tal caso se “habría reducido drásticamente el número de invitaciones a La Habana”.
Con esa frase no sólo me insulta sino que también ofende y le falta el respeto a los compañeros que me honraron con sus diversas invitaciones para participar en numerosos eventos organizados en Cuba. Víctima de su visceral (y seguramente involuntario) estalinismo Almeyra parece más preocupado por denunciar ad hominem mis “crímenes teóricos” (no haber demostrado las “aberraciones” del socialismo cubano, no haber realizado un balance de la experiencia soviética tras las huellas del profético análisis de Trotsky en La Revolución Traicionada, síntomas clarísimos de mi “escaso interés por la teoría marxista”) que por abordar desde una perspectiva marxista el estudio de los desafíos que enfrenta el primer territorio libre de América en la coyuntura actual.
Tal como ocurriera bajo el estalinismo, el necesario debate entre los revolucionarios es reemplazado por la crítica airada, la admonición, la denuncia implacable dirigida contra quien no comulgue con su errónea interpretación del proceso revolucionario en Cuba.
En su nota Almeyra hace gala de un paternalismo que orilla lo ridículo al decir que “la construcción del socialismo en una pequeña isla sin recursos ni población, que en su momento enfrentó además a Estados Unidos, el gobierno soviético y el régimen chino, no es una tarea exclusiva de los cubanos. Todos los demócratas y socialistas del mundo tienen el deber de ayudarles con sus ideas, sus aportes, sus críticas en vez de dejarles solos cometiendo errores para después constatar el fracaso… y volver a dejar solos en la hora de adoptar las decisiones más peligrosas.”
Hay varios puntos que clarificar en esta cita. Primero, en relación a eso de dejar solos a los cubanos lo único que puedo decir es que lejos de ello la Revolución Cubana está acompañada por un formidable ejército compuesto por hombres y mujeres de todo el mundo dispuesto a luchar hasta el fin en su defensa y a ayudarla a enfrentar las peligrosas, difíciles (pero necesarias) decisiones que deberá tomar para salvar a la revolución. No hay la más mínima posibilidad de que quienes integramos esa fuerza vayamos a dejar a Cuba librada a su suerte. Quienes la abandonaron son los cultores de un asombroso infantilismo ultraizquierdista, cuyas saetas retóricas son música celestial para el imperialismo que puede aunar sus críticas con las que formulan Vargas Llosa y sus compinches. Su deplorable actitud no dejó a Cuba sola, o inerme, sino todo lo contrario. Allá ellos.
Conviene, en segundo lugar, subrayar algo que contradice flagrantemente la caracterización que hace Almeyra de la Revolución Cubana como un pseudo-socialismo estragado por su degeneración burocrática: en el párrafo arriba citado se reconoce que al menos un régimen tan defectuoso como ese tuvo la valentía de enfrentarse (pero “en su momento”, se apresura a aclarar mi severo crítico) con Estados Unidos, el gobierno soviético y el régimen chino. No es poca cosa para “una pequeña isla sin recursos ni población” haber tenido el coraje para medirse con aquellos gigantes.
Más quisiera yo que algunos países más grandes (por población o territorio) tuvieran las agallas para hacer lo mismo. En ese pasaje de su escrito desafortunadamente Almeyra no dice cuándo fue ese luminoso y fugaz momento de enfrentamiento con el imperialismo norteamericano y cuándo habría Cuba dejado de enfrentarse con él. Sería importante que en algún momento aclare esta confusión. Pero además, ¿qué quiere decir eso de que Cuba es“una pequeña isla sin recursos ni población?” Esa observación parece extraída de un manual gringo de turismo caribeño y no el producto del análisis marxista.
Que yo sepa Cuba tiene muchos recursos, de distinto tipo: aparte de los llamados “naturales” (minerales, petróleo, pesca, playas, ciertos productos agrícolas) dispone de valiosos recursos humanos: un plantel científico que en algunas áreas es de nivel internacional; o unas fuerzas armadas dotadas de una formidable capacidad disuasiva que no sólo sirvió para derrotar a los invasores en Playa Girón sino también para mantener alejado a los imperialistas de sus playas durante más de medio siglo.
Tiene también una población educada como ninguna otra en las Américas y que accede a niveles de atención médica y educación sólo comparable a la que ofrecen los países desarrollados. ¿Necesitará la Revolución Cubana de la ayuda de Almeyra para proseguir librando su batalla contra el imperialismo norteamericano? No parece.
Igual perplejidad genera la aseveración de mi crítico en el sentido de que la Revolución “requiere nuestra ayudamaterial y teórica porque la brújula de las autoridades cubanas no funciona ni funcionó muy bien.”¿Qué significa esto? ¿A qué se refiere tan enigmática afirmación? ¿Ha sido un error, debido al extravío de la brújula revolucionaria, la decisión de Fidel y sus camaradas de luchar contra el imperialismo norteamericano, o no aceptar convertirse en un proxy de la URSS en el Caribe? ¿Oha sido un error el inigualable ejemplo del internacionalismo cubano, que ha sembrado médicos, educadores y entrenadores deportivos en más de cien países, o que lo lleva a capacitar gratuitamente a miles de estudiantes en la Escuela Latinoamericana de Medicina?; ¿Es un error de que pese a medio siglo de bloqueos y agresiones en Cuba no haya -a diferencia de Argentina, Brasil o México- un solo niño descalzo o que duerma en la calle? ¿O a la excepcional campaña, dirigida por el Ministro de Educación Armando Hart, mediante la cual Cuba erradicó la plaga del analfabetismo? ¿O a su colaboración con los movimientos de liberación nacional y anti-racistas en el África Negra, que hizo posible el fin del apartheid en Sudáfrica y la derrota de los planes de la Casa Blanca en la región? ¿O es que fue un error la cooperación brindada a los sandinistas, o el apoyo a las políticas emancipatorias en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Brújula averiada por haberse mantenido firme en su identidad socialista mientras se derrumbaba la URSS y se evaporaba el pseudo-socialismo de Europa del Este, o por haber expropiado a todos los monopolios imperialistas y aguantar -a pie firme y sin titubear- la brutal agresión de Estados Unidos y el ostracismo al cual la condenaron, durante casi medio siglo, la gran mayoría de las naciones de América Latina y el Caribe?
Reseñar la catarata de agravios e infundios que Almeyra descarga contra la Revolución Cubana sería una tarea interminable, a más de desagradable. Más que proceder de la boca de un intelectual trotskista parece provenir de algunas de las cuevas anti-castristas de Miami. Porque cualquier análisis sobre las limitaciones o desaciertos económicos del modelo cubano que no comience por examinar minuciosamente el impacto del bloqueo imperialista sobre Cuba es teóricamente equivocado y políticamente reaccionario. ¿Cómo entender que Almeyra pase por alto el hecho de que medido en dólares de hoy el costo de medio siglo de bloqueo imperialista a Cuba ascienda a una cifra equivalente a dos Planes Marshall (con uno se recuperó Europa de la Segunda Guerra Mundial).
Tal vez para tan visceral crítico de la Revolución Cubana esto sea una anécdota insignificante o una nimiedad, pero para la teoría marxista ciertamente no lo es. Desde la serena quietud de su gabinete los ácidos críticos de la revolución se desviven imaginando modelos económico-políticos que sólo existen en sus afiebradas cabecita. Producto de esa infantil ensoñación – que Lenin criticara con tanta fuerza-el imperialismo deja de ser un agente histórico: se volatiliza, se convierte en un significante flotante, en un texto y ya no más en una máquina de oprimir, destruir y matar; es simplemente una abstracción, no un siniestro protagonista de la historia. Producto de ese ceguera los críticos de la excepcional epopeya cubana no logran calibrar la fenomenal influencia práctica de las políticas del imperio y sus agentes.
Y tal cosa no es producto de la adhesión a otra teoría, claramente ajena a la tradición marxista, sino de un vicio epistemológico que hace estragos en ciertas vertientes de la izquierda: el “teoreticismo”, es decir, la perversión de la teoría que deja de ser un instrumento para el análisis y la transformación del mundo para quedar reducida a una altisonante retórica que es revolucionaria solo en la estéril galaxia de los conceptos, a remota distancia del proceso histórico real.
Otro ejemplo: en su escrito Almeyra le reprocha a Cuba el haber intentado lograr una zafra azucarera de 10 millones de toneladas, pero ni se le pasa por la cabeza analizar cuáles fueron los condicionantes económicos que impulsaron a Fidel a proponerse tan ambiciosa meta. ¿Pensará que fue una mera bravuconada del jefe de la revolución? Sin dudas que fue un gran desafío, pero las condiciones económicas por las que atravesaba Cuba luego de once años de revolución requería de medidas excepcionales.
Seguramente que mi crítico debe pensar que en aquellos momentos la economía de Cuba florecía y que la revolución avanzaba –de conformidad con lo que le señalaban sus lecturas “teóricas”- sin tropiezos ni amenaza alguna, sin enemigos a la vista, cosa que también debe haber pensado cuando escribió que los cubanos “se ataron a la Unión Soviética creyendo que ésta sería eterna.” ¡Cómo es posible tanta ceguera!¿Es razonable suponer que alguien siquiera elementalmente informado y razonablemente sobrio pueda ignorar que cuando los cubanos decidieron establecer una relación comercial con la URSS e ingresar al CAME, en 1972,la Isla no tenía con quien comerciar en todo el mundo? ¿Se le olvidó que había sido expulsada de la OEA y se hallaba integralmente bloqueada desde 1962,y que por más que quisieran comerciar con los países de América Latina ellos no querían comerciar con Cuba, con la honrosa excepción de México? Tampoco podían hacerlo con Estados Unidos; China y el extremo oriente eran lejanas referencias geográficas; África luchaba, como hasta hoy, por su mera supervivencia; y la tradicional genuflexión europea hacia sus amos norteamericanos impedía construir un flujo comercial significativo entre Europa y Cuba. ¿Qué alternativas tenía ante sí la revolución?¿Aislarse completamente del mundo y convertirse en la réplica caribeña de la Albania de Enver Hoxha o de los tenebrosos Jemeres Rojos de Pol Pot estaban llevando a cabo una matazón sin precedentes en Kampuchea? Conviene recordar lo que decía Lenin cuando señalaba que el marxismo “es el análisis concreto de la situación concreta”, algo que se encuentra a años luz del escrito de Almeyra en donde la concreción es, al decir del gran filósofo marxista checo Karen Kossik, más aparente que real, una mera “pseudo-concreción.”
Como si lo anterior no fuera poco en su ofuscación mi crítico no alcanzó a leer con cuidado el título del documento sobre el cual dispara sus ardientes saetas y que reza así: “Proyecto de Lineamientos de la política económica y social”. ¡En ninguna parte dice que eso será lo que finalmente vaya a aprobar el VIº Congreso del PCC? Dice “proyecto”, con todas las letras: insumo para una discusión. ¿Podría ser mejorado? Claro que sí, pero aún con sus limitaciones ya ha servido para encender una discusión que se extenderá a lo largo y ancho de Cuba. ¿Hay puntos controversiales en el proyecto? Por supuesto que sí. La transición hacia un nuevo ordenamiento económico, ¿no es acaso sumamente peligrosa? ¡Qué duda cabe! Pero mucho más peligroso es el inmovilismo, la inmutabilidad, que condenarían a la revolución a una muerte segura y poco apacible. Cuba se encuentra en una trampa, de la cual no hay fácil salida. Pero si tiene la osadía de cambiar y de reformar su socialismo, profundizándolo, saldrá bien librada de ese desafío. Si no lo hace la derrota de la revolución será apenas una cuestión de tiempo. ¿Se demoraron mucho estos cambios? Puede ser, pero hay que recordar que los márgenes de maniobra de Cuba no son los de México, Brasil o Argentina.
Almeyra profetiza que los cambios que se vienen en Cuba “no van en la dirección de más justicia, más igualdad, más solidaridad, más socialismo sino en la dirección contraria.” ¿Quién le dijo tal cosa, cómo lo adivina? ¿Qué papel juega en su interpretación teórica el protagonismo y la participación populares que caracterizan, pese a sus limitaciones, a la sociedad cubana? ¿Cuál es el fundamento de su fatal pesimismo?
No cabe duda que los Lineamientos contienen algunas definiciones muy problemáticas y que suscitan no pocos interrogantes. Pero ninguno de ellos justifica lo que propone mi crítico en otro de sus artículos: que la reforma socialista de la economía debería significar, entre otras cosas, la disminución del presupuesto militar de Cuba. Pocas veces he leído tamaño disparate al analizar un proceso revolucionario.
Si el imperialismo norteamericano se abstuvo de invadir Cuba y destruir la revolución fue porque numerosos informes de la CIA y el Pentágono le advertían a la Casa Blanca que la resistencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias impondría un severo costo en vidas humanas a los invasores, algo que después de Vietnam la opinión pública norteamericana no está dispuesta a tolerar. Debilitar a las FAR es exactamente lo que quieren los imperialistas. Y eso es lo que aconseja Almeyra en su análisis sobre la actual encrucijada en que se encuentra Cuba.
Para concluir: la actitud de mi crítico contrasta llamativamente con la que adoptara su presunto mentor, León Trotksy, que a estas horas deberá estar revolcándose en su tumba al anoticiarse de las cosas que suelen decirse -¡y hacerse!- en su nombre. Conciente del significado y la letalidad de la opresión imperialista que se abatía sobre México a finales de la década de los treintas del siglo pasado Trotsky escribió que “el general Cárdenas es uno de esos hombres de estado, en su país, que han realizado tareas comparables a las de Washington, Jefferson, Abraham Lincoln y el general Grant.” Y más adelante decía en un luminoso texto, “México y el imperialismo británico”, que “sin sucumbir a las ilusiones y sin temer a las calumnias, los obreros avanzados apoyarán completamente al pueblo mexicano en su lucha contra los imperialistas. La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista.
Por supuesto, Marx no consideró que Abraham Lincoln fuese un comunista; esto, sin embargo, no le impidió a Marx tener la más profunda simpatía por la lucha que Lincoln dirigió. La Primera Internacional le envió al presidente de la Guerra Civil un mensaje de felicitación, y Lincoln, en su respuesta, agradeció inmensamente este apoyo moral.” Remataba su razonamiento diciendo que “la causa de México, como la causa de España, como la causa de China, es la causa de la clase obrera internacional. La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de las escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos.” En estos pasajes Trotsky combina magistralmente el análisis de la coyuntura en sus dos planos: el nacional y el internacional, y extrae las conclusiones políticas correctas para intervenir en la coyuntura.
Convendría que Almeyra leyese esas páginas para comprender el extraordinario significado histórico de la Revolución Cubana y sus desafíos actuales.
[1] Ver la nota de Almeyra en http://www.kaosenlared.net/noticia/cub
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