Antropólogo de la Universidad Nacional, Magíster en Análisis Político, y Relaciones ales

lunes, 25 de junio de 2012

Entrevista a Iván Cepeda.- ¿Qué significa pensar un país sin guerra?

Por Héctor José Arenas A.

La paz no es posible si no se involucra a la sociedad colombiana

Iván Cepeda, consciente de que los tiempos urgen, aboca todo a la vez, desplegando una pasmosa energía. Cada uno de sus emprendimientos se desarrolla bajo el signo de la ejemplaridad, lo que le ha hecho merecedor de una fe que comparten los sectores más disímiles. Acude sin esperar a que lo llamen, se ocupa de defender los derechos humanos de los sectores sociales más duramente golpeados por la violencia desnuda o encubierta: los desterrados, las mujeres víctimas de agresión sexual como infame arma de guerra, los prisioneros de guerra, los presos de conciencia y los presos comunes, las víctimas del genocidio político. Y, sin duda ni dilaciones, se concentra en un esfuerzo permanente en buscar caminos para hacer realidad el más profundo y siempre postergado anhelo de nuestra sociedad: la paz. Para compartir sobre este espinoso tema nos dimos cita. Aquí sus reflexiones.




Héctor Arenas. ¿Cuál es el punto que concentra su reflexión y su quehacer en este tiempo?
Iván Cepeda. El tema político central de la coyuntura política nacional es saber si en Colombia habrá en los próximos meses y años un proceso de solución política del conflicto armado.

Creo que ese es el núcleo en el que convergen muchísimos de los problemas más graves del país. Han madurado las condiciones para que se dé favorablemente una salida a ese conflicto. Esto significaría un cambio cualitativo, esencial en la vida política del país. La resolución del conflicto armado es una aspiración de las fuerzas democráticas que se ha frustrado una y otra vez por distintas circunstancias.

H.A. ¿Pero acaso ha cambiado algo en este escenario? Hace tiempo se respira un descreimiento en la posibilidad de una salida negociada.…


I.C. En la actual coyuntura tenemos signos fuertes que apuntan en la dirección de la resolución política del conflicto. Tenemos un gobierno que ha sostenido que tiene voluntad política para resolverlo, y ha dado señales que apuntan en esa dirección. La agenda legislativa, si bien ha merecido criticas y reparos muy serios por parte de la bancada del Polo Democrático, es, sin embargo, una agenda que por lo menos plantea temas esenciales: el conflicto armado –una realidad negada por las dos administraciones de Uribe–, las víctimas y su reparación, el tema de cuál debe ser el conjunto de normas que acompañen la salida del conflicto, lo que se ha llamado la justicia transicional o el marco jurídico para la paz. Estas iniciativas no están exentas de gravísimos problemas y de ambigüedades profundas que riñen incluso con el modelo general que impulsa el propio gobierno.



H.A. ¿Y, además de estas señales?

I.C. También está presente una realidad que es necesario no perder de vista. La adopción y la puesta en práctica de Tratados de Libre Comercio es una realidad económica que se estrella, entre otras circunstancias, con la existencia del conflicto armado.

Creo que hay sectores de la élite de este país, sectores empresariales muy poderosos, que entienden que sus intereses y su apuesta de hacer negocios, lo que se denomina la inversión, riñe con la realidad del conflicto.

Obviamente, ahí nosotros tenemos posiciones muy críticas. No estoy señalando que la existencia de Tratados de Libre Comercio sea benéfica para el país. Señalo que tiene una consecuencia que puede ser no querida, y es que esta realidad de la necesidad de desarrollar estos tratados puede tener en el conflicto un gran obstáculo. Así lo han señalado sectores de la banca internacional, el Fondo Monetario Internacional, que hablan de la necesidad de crear condiciones de seguridad jurídica, condiciones de seguridad en los negocios, que pueden dar a entender que es necesario un giro. Junto a lo anterior, está presente el interés que ha manifestado el gobierno Santos de insertarse en una serie de clubes de comercio internacional que difícilmente pueden admitir como socio a un país con una realidad de conflicto armado y con la situación de derechos humanos resultante de esta circunstancia.

H.A. ¿Y, por la otra parte del conflicto, alguna señal?

I.C. Están una serie de gestos, de acciones, de pronunciamientos, que tanto la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, como la de las Farc , han venido produciendo, y que también apuntan en la misma dirección. La voluntad, en el caso de las Farc, de liberar a las personas que tenían en su poder, el compromiso de no seguir incurriendo en el secuestro por razones económicas y la voluntad expresa de avanzar hacia esa salida.



H.A. ¿Son suficientes estas señales para suscitar un nuevo entusiasmo colectivo con la paz?


I.C. Las preguntas son: ¿Lograremos en estos próximos años salir del conflicto armado? ¿En qué forma se producirá, si es que es posible, esta salida? ¿Cuál es la relación que guarda esta circunstancia con el resto de las contradicciones, las luchas sociales y con la izquierda colombiana? ¿Cómo se puede producir una convergencia en torno a ese propósito?

 Los debates de control político que hemos hecho sobre las tierras, sobre la situación carcelaria, sobre el tema del paramilitarismo, sobre la violencia sexual contra las mujeres, sobre el tema de la desaparición forzada, convergen con relación a esta circunstancia que puede configurar una nueva situación en el país.



H.A. ¿Cuáles son los obstáculos para aclimatar un nuevo devenir conducente a la solución política del conflicto?

I.C. Existen grandes obstáculos para que esto se materialice. Uno, tal vez el más significativo, es que hay sectores en la ultraderecha que están dispuestos a hacer cualquier clase de cosas y emplear cualquier clase de métodos para que esto se frustre. La oleada de atentados, amenazas, circunstancias que se han venido presentando en el último tiempo, las explico con relación a este proceso. Parte de mi acción parlamentaria tiene que ver con debilitar a ese sector; debilitar la posibilidad de que ese sector frustre esta nueva oportunidad.



H.A. ¿Cuál podría ser la importancia de un movimiento social por la paz?

I.C. Una primera cuestión es: ¿En cabeza de quién o de quiénes está un proceso de paz en Colombia? La discusión con el Gobierno ha sido si es potestad exclusiva de él generar las condiciones propicias para la paz. Es necesario diferenciar dos niveles: uno, aquel de las gestiones que tienen que ver con los acercamientos y el comienzo de unos diálogos y unas negociaciones. Y esas gestiones debe adelantarlas el Gobierno, y debe adelantarlas la comandancia de las guerrillas, porque son las dos partes del conflicto. Esto no significa de ningún modo, y así se lo hemos expresado al Presidente y al Gobierno, que la paz sea un tema y un espacio de debate vedado a la opinión pública, a los movimientos sociales y en general a la sociedad colombiana. Hemos recordado insistentemente que hay un artículo de la Constitución Nacional, el 22, que le plantea al ciudadano que la paz no es solamente un derecho sino también un deber de obligatorio cumplimiento.



H.A. ¿Qué significa esto para una comunidad nacional que anhela la paz pero se debate entre el escepticismo y el temor?

I.C. Que es necesario, en un primer momento, sentar claramente posición y ganar terreno con relación a que la paz no es posible si no se involucra a la sociedad colombiana. Significa que es legítima y necesaria la presión social, y es necesario que todos los sectores de la sociedad colombiana afirmen y se movilicen en torno a la paz. Hay necesidad de producir un cambio en el imaginario social. Los últimos años no sólo implicaron una insistente campaña para sacar del debate público este problema, que es el problema crucial de la sociedad colombiana, al punto de negarlo. Igualmente, durante los gobiernos de Uribe Vélez se llegó hasta el punto de declarar ilegal la lucha por la paz, por la solución negociada del conflicto armado. Así que es necesario revertir ese proceso, y creo que eso se está produciendo.

H.A. ¿Cómo pudiera participar la sociedad civil en el proceso de paz

I.C. Un plano es participar propiamente de la negociación o, por lo menos, tener voz e intervención en la deliberación sobre la agenda de la negociación. Esto ha sido una vieja discusión en otros procesos de paz. ¿Se tomará en cuenta o no la voz de la sociedad civil?

Aquí la cuestión es: ¿Con qué alcance y en qué momento podrán participar los movimientos sociales, los partidos políticos, todos aquellos que tengan algo substancial por decir en esa discusión?



H.A. En Colombia ya hubo un pacto de paz que fue la Constitución de 1991.


I.C. Pero ese pacto se mostró claramente insuficiente. Los millones de hectáreas de tierra que fueron despojados a los campesinos, los hechos criminales que en la década entre 1995 y 2005 ocurrieron en Colombia. Los paramilitares han confesado 170.000 crímenes. Todos esos hechos ocurrieron después de la Constitución de 1991.Toda esta realidad de violencia, de despojo, muestra que la Constitución como pacto de paz fue un pacto a todas luces insuficiente.

La pregunta es: ¿Cómo un nuevo pacto de paz puede significar un cambio cualitativo que implique la no repetición de hechos semejantes sobre los que he hecho alusión? Y no solamente eso , sino que además signifique un avance hacia la democracia y la justicia social en Colombia. Y todo esto no se resuelve simplemente con un pacto de cúpulas o por lo alto.



H.A. La paz entre el Estado y la insurgencia es indispensable, pero no es suficiente para traer la paz a una sociedad repleta de miseria, miedos, odios, heridas y rencores.

I.C. ¿Se requerirá otra clase de pactos, para poder avanzar hacia la paz? En otros procesos de paz, paralelos a la discusión de los actores en conflicto, se han producido diálogos transversales en la sociedad, entre los partidos políticos, por ejemplo. Entre sectores empresariales y sindicalistas. Entre los dueños de la tierra y campesinos, indígenas, afrodescendientes despojados. ¿Hay otras instancias en que se deban construir procesos de solución del conflicto?

Aquí es necesario recordar que siempre hemos afirmado que el conflicto es armado pero también es social y que tiene otras esferas en que se ha desarrollado. Ha existido permanentemente una especie de retroalimentación entre el conflicto armado y el conflicto social. Así que es necesario explorar y plantearse la pregunta sobre esto.

Acabamos de hacer una visita con Carlos Lozano, figura muy destacada en todos estos procesos de paz que se han intentado en los últimos tiempos, y Marleny Orjuela de Asfamipaz, a Irlanda del Norte. Y allí una de las experiencias que nos presentaban los Diputados de distintos partidos políticos, los sindicalistas, era precisamente esta cuestión. 

Aquí, nos dijeron, hubo una instancia de negociación entre el Ejército Republicano Irlandés, los sectores unionistas y las Fuerzas Británicas, para poder llegar al Pacto del Viernes Santo, que fue el que selló la paz. Pero paralelamente hubo otra clase de diálogos con sectores de la sociedad que hicieron posible que al final del proceso se refrendara, mediante el voto popular, el pacto de paz. Para que nosotros obtengamos definitivamente la paz en Colombia, es necesaria la vinculación muy estrecha de todos los sectores, para que el acuerdo y ese nuevo momento tengan una solidez, social y política.

H.A. ¿Cómo mover las barreras infranqueables de mínimos que impiden abordar la solución negociada del conflicto?


I.C. Hay que intentar, si es que se produce, que un proceso de solución negociada del conflicto armado tenga el mayor alcance posible, con una visión de realismo político y con una buena dosis de flexibilidad para poder salir de la guerra. Buscando siempre ampliar los espacios democráticos.

El solo fin del conflicto armado en Colombia implicaría una serie de consecuencias benéficas para la situación de muchos sectores de la sociedad que son afectados por esa confrontación. No solamente desde el punto de vista de la violencia que implica, y de los intereses económicos y sociales que se vehiculan a través del conflicto, sino asimismo por el simple hecho de que muchos recursos y fuerzas que se emplean hoy en ese conflicto podrían ser reorientadas y redireccionadas en otro sentido, que nosotros esperamos sea el de generar condiciones mejores desde el punto de vista social y democrático para la sociedad colombiana. 



H.A. Conmueve en lo más profundo el sólo hecho de imaginar lo mucho que se podría hacer por la vida cesando la guerra y el desangre…

I.C. ¿Qué significa desde el punto de vista económico y político el final del conflicto armado? Hay unas cuentas que se pueden hacer con relación al Presupuesto Nacional. Pero también con relación a la desmilitarización de la sociedad colombiana. Muchos de los aspectos de la vida del país giran en torno al aparato militar y al accionar bélico. Y muchas de las fuerzas políticas, de los esfuerzos políticos, se concentran en torno a esa dinámica. Si se acaba el conflicto, habría un espacio que cabria llenar con contenidos. Y esa es una discusión fundamental.

Hay dos asuntos centrales: uno tiene que ver con el tema de la tierra, la democratización del mundo rural. la relación entre este mundo rural y el urbano. ¿Cómo ir acabando con ese inmenso abismo que separa a regiones enteras del país de los centros urbanos?. Ahí hay una circunstancia que exige un debate social.

H.A. ¿Cuál es el segundo tema?


I.C. Es el de la democratización del país, de las garantías a la oposición. De erradicar la criminalidad como una herramienta de la solución de los conflictos políticos y sociales. De acabar con la criminalidad de Estado, y del Estado como un aparato criminal. No solamente superar la represión y la persecución, sino acabar el exterminio de los movimientos sociales como una práctica consuetudinaria de la vida política.

H.A. En Colombia, hoy como ayer, cómo seguimos siendo libres si no expresamos lo que pensamos, si el olvido reemplaza a la memoria…


I.C. Aquí hay otra gran cuestión, que tiene múltiples aristas. Tiene que ver con el sistema político, pero también con los crímenes del pasado. Aquí cabe preguntarse la relación entre un proceso de reparación colectiva a la Unión Patriótica y la discusión sobre un nuevo contexto democrático en el país. ¿Cómo esa reparación entra a hacer parte de ese nuevo contexto? ¿Cómo las fuerzas que han sido históricamente exterminadas encuentran en esa nueva condición un espacio que vitalice las estructuras que han sido tan gravemente lesionadas en todo este proceso?

Hemos avanzado en Colombia en pensar sobre: ¿Qué significa Verdad, Justicia y Reparación? ¿Quiénes son las víctimas, cuál es su lugar, su papel en la sociedad? ¿En qué han consistido la criminalidad y la violencia? Ahora viene un momento en que vamos a tener que pensar esos y otros problemas. ¿Qué significa pensar un país sin guerra? ¿Cuál es el reto que eso plantea? ¿Cuáles son las grandes oportunidades que pudieran abrirse? Para eso se requiere imaginación política, se requiere generosidad y se requiere desprenderse de una muy espesa capa de relaciones, formas de actuación, estructuras de pensamiento, que tiene la densidad de 60 años de cuerpos sometidos a la confrontación.



Cuando la guerra se prolonga en una sociedad, se convierte en parte de una manera de pensar y actuar autodestructiva.


Rebelión

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