ALONSO y GUSTAVO ESCAMILLA |
El Congreso de Colombia, la más legítima expresión de nuestra democracia social, participativa y popular -ésta última aún sin estrenar-, se hace en ocasiones intérprete de la entraña popular y honra a muchos de sus mejores hijos con la Orden del Congreso que en todo momento y circunstancia es enaltecedora presea.
Es lo que ocurrirá este viernes 14 de diciembre, cuando a iniciativa de la senadora comunista Gloria Inés Ramírez Ríos, el Congreso impondrá su Orden en el grado de Comendador a ALONSO y GUSTAVO ESCAMILLA, autores e intérpretes de un repertorio y género musical que recoge lo más sentido del folclor nacional, latinoamericano y caribeño, enmarcado -aunque sin excluir otras expresiones-, en lo que se ha llamado canción social.
La expresión artística de Los Hermanos Escamilla ha estado largamente imbricada desde 1974 cuando grabaron su primer disco, con las duras, largas y doloridas gestas libertarias de nuestro pueblo. Ellos han puesto su talento musical, coreográfico e interpretativo, al servicio de esa causa. Por eso son cantores populares, un popular además profundamente político porque podría no serlo. ¿Cómo no serlo si sus presentaciones que tienen la magia del inmediato contagio, el instantáneo arrobamiento de la audiencia, han acompañado desde hace décadas huelgas, mítines, marchas y cientos de eventos de izquierda?
La sintonía de Alonso y Gustavo Escamilla con un auditorio que podríamos llamar “cautivo” porque los sigue y aplaude desde hace décadas, viene de ahí: de compartir ansias, sufrimientos y proyectos, en medio de jornadas que no por pacíficas pueden resultar reprimidas con violencia, donde tambores, cuatros y maracas corren el riesgo de volar por los aires y terminar destruidos en el pavimento. Esa identidad aflora emocionada con los primeros acordes de Métale a la Marcha, El Pueblo Unido, El Barcino, Sobreviviendo, Razón de Vivir, la Masa, Chan Chan, Hasta Siempre Comandante, Cruz de Luz y docenas más.
Este reconocimiento que los admiradores de los Hermanos Escamilla agradecemos, testimonia también en estos tiempos de individualismo y ambición, el mérito de unas vidas desprendidas como las que más, que parecen satisfacerse con el abrazo popular: ya el agradecido de los recios camaradas del Sumapaz en las frías cumbres de San Antonio que miran hacia el infinito, el de los jóvenes universitarios de la Mane enfrentando al neoliberalismo en las calles, el de los campesinos que insurgieron del anonimato con La Marcha Patriótica, o el de los trabajadores que por enésima vez recorren la carrera 7ª llevando un féretro cubierto con la bandera del sindicato, mientras los Escamilla con Alí Primera corean Los que mueren por la vida no merecen llamarse muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos…
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