16 Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros,Guayaquil, Ecuador
Intervención del Partido Comunista Colombiano.
Saludamos esta reunión y felicitamos a nuestros hermanos del PC de Ecuador por el esfuerzo y el éxito que su realización demuestra.
Intervención del Partido Comunista Colombiano.
Saludamos esta reunión y felicitamos a nuestros hermanos del PC de Ecuador por el esfuerzo y el éxito que su realización demuestra.
Este Encuentro, en su 16 versión, ha
despertado expectativas en las militancias y en sectores amigos de los
comunistas. Como lo han confirmado los oradores invitados a su
instalación el día de ayer, quienes no ahorraron elogios hacia lo que
ven como un movimiento comunista llamado a dar luces en medio de las
incertidumbres que siembra el desarrollo de la crisis mundial
capitalista y de las crecientes – y a veces desconcertantes –
expresiones de los inconformismos y de las luchas de clases.
Será
difícil explicar que no es posible unificar criterios teóricos y
metodológicos para consensuar ideas que permitan sustentar nuestras
posiciones alternativas y hacer comprensibles las tácticas diversas que
las complejas contradicciones del sistema imponen. Las expectativas de
nuestros pueblos y clases revolucionarias son, realmente, la exigencia
de que actuemos con responsabilidad. La perspectiva de los EIPCO no
puede ser la de una cita ritual cada año para decirnos que no podemos
ponernos de acuerdo.
Reafirmamos el apoyo a la expedición de
una Declaración unitaria, consensuada en todo lo que sea posible. Si
algún sentido tiene este encuentro y el tipo de documento que de aquí
salga ese es el de alentar las luchas que de los comunistas y estimular
la unidad y la solidaridad a las luchas en que estamos comprometidos.
Colombia
busca vencer, por fin, el ciclo del anticomunismo y la exclusión social
y política, proclamado como forma y contenido de la organización de la
sociedad y el Estado que el imperialismo estadounidense estructuró para
América Latina durante más de un tercio del siglo XX. Un orden
contrainsurgente se impuso mediante la sangrienta provocación orquestada
en la Novena Conferencia Panamericana, de abril de 1948, con el crimen
de Jorge Eliécer Gaitán. La violenta represión del “Bogotazo”, el
desencadenamiento de la persecución anticomunista y el rompimiento de
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, marcaron un rumbo de
alineamiento autoritario, aun no modificado en Colombia, con la doctrina
de la seguridad nacional de los Estados Unidos. El plan Colombia y el
actual “plan de Consolidación” son los herederos legítimos de ese
modelo. Las legislaciones antiterroristas y de seguridad conservan hasta
el presente el espíritu de un enemigo interior a exterminar.
Detrás
del nuevo colonialismo han medrado para Latinoamérica y en especial
para Colombia, los intereses del capitalismo imperialista, todos los
privilegios para el saqueo de los recursos naturales, las ventajas
comerciales y finalmente el protocolo neoliberal de privatizaciones,
restricciones a los derechos laborales, la imposición de los TLC, el
despojo campesino, el desplazamiento forzado y la instauración del
control paramilitar en la sociedad local. Las transiciones a la
democracia en América Latina (años 80 y 90) conservaron las políticas
neoliberales hasta los estallidos sociales que rematan el siglo XX.
La
Revolución cubana (1959) demostró que ese destino no es una fatalidad
sin alternativa y que el modo de dominación imperialista no es eterno.
El triunfo electoral de Hugo Chávez Frías (1998) es el inicio de un
nuevo ciclo de cambios políticos, de procesos constituyentes de
raigambre profundamente popular y con diversos matices en países del
continente, que reclama soluciones sociales, transformaciones
democráticas postergadas y cuestiona de fondo el modelo imperialista de
dominación.
Con el primado de la contrainsurgencia, según el
modelo norteamericano de los años cincuenta del siglo XX, Colombia busca
transitar de una falsa democracia a un nuevo momento de su historia.
Contra ese legítimo anhelo emerge con furia la actividad conspirativa y
guerrerista de la ultra derecha para intetar revertir el proceso de paz y
alentar la desestabilización de los cambios avanzados en América Latina
y el Caribe. Tal proyecto criminal amenaza la paz en la región.
El
objetivo principal de más de sesenta años de guerra contrainsurgente en
Colombia ha sido el exterminio del movimiento revolucionario, de toda
oposición democrática alternativa y la desarticulación del movimiento
popular que expresa la lucha social de clases. Se conjuga con la guerra
informal y la enorme influencia que tiene el monopolio del gran capital
sobre los medios de comunicación y aparatos ideológicos, incluidos
sectores importantes de la Academia y la intelectualidad. Pese a la
intensificación, el escalamiento de la guerra, la represión y la
tergiversación ideológica contra los movimientos sociales y la
izquierda, dicho objetivo ha fracasado. La derrota de la estrategia del
exterminio es el resultado de la resistencia revolucionaria y popular,
como también de las luchas de todos los contingentes que batallan por la
democracia y de la solidaridad y el acompañamiento internacionalistas.
El
gobierno de Santos ha entablado dialogo con un movimiento guerrillero
no vencido, que demuestra innegable capacidad política y propositiva. La
mayor parte de la izquierda y los sectores democráticos votaron pública
y abiertamente por la paz, en la segunda vuelta de las pasadas
elecciones a la presidencia con una expresa exigencia de continuidad al
diálogo y a la solución política. También sentaron su diferencia con el
esquema socioeconómico neoliberal, los TLC y la reproducción del
proyecto de dominación responsable de la desigualdad, la corrupción y la
guerra. La izquierda latinoamericana ha visto claro que la solución
política en Colombia conviene a los procesos de cambio del continente.
En medio de la contraofensiva de la ultraderecha, los triunfos de la
izquierda en El Salvador, Bolivia y Brasil señalan persistencia pero
reclaman la profundización y radicalización de las transformaciones en
estrecha relación con la unidad popular. El avance hacia la justicia
social pone en el orden del día la necesidad del socialismo.
La
paz justa y democrática que permita avanzar a la justicia social es el
punto de partida para la paz confiable y duradera. Es la base de la
convivencia en una sociedad donde van a persistir en lo inmediato las
diferencias y las desigualdades, pero donde pueden existir normas justas
para el ejercicio de la política con respeto al derecho a la vida, al
derecho a la igualdad política para todos, al derecho a los medios de
vida, al derecho a disentir, a luchar y a rebelarse contra todo aquello
que vulnera la dignidad humana. El pueblo colombiano todo debe
intervenir en la modelación del nuevo país en una representativa
Asamblea Nacional Constituyente.
La tarea más importante de
la hora es alcanzar esa paz ligada a un acuerdo democrático que rompa
las amarras con la injusticia, la persecución política, la desigualdad,
la miseria y la muerte. No es solo finalización de la guerra. Son todas
las garantías para que se cumpla lo pactado, para que los insurgentes
puedan actuar en la vida ciudadana sin el temor frente a su integridad y
su vida. Un Frente amplio por la paz, la democracia y la justicia
social es parte esencial en la estructuración de la unidad del pueblo.
A
su vez, es necesaria la unidad de los revolucionarios. Hay que mantener
abiertas las puertas y la comunicación, bilateral o multilateral, para
explorar las coincidencias programáticas y los proyectos comunes. El más
importante debe ser el proyecto democrático nacional de país que se
propone para la Colombia democrática, en el contexto de la integración y
la unidad latinoamericana y caribeña. Las propuestas programáticas
existentes hoy son coincidentes en aspectos cruciales de gran
expectativa popular.
Todo lo que se haga para aproximar la
acción común es un insumo útil para avanzar, ahora cuando las murallas
estructurales que el orden contrainsurgente estableció para dividir al
pueblo y aislar sus vertientes revolucionarias, pueden desaparecer. Ello
favorece el reencuentro entre hermanos, compañeros y conciudadanos, la
exploración conjunta de nuevos caminos de la mano del pueblo y el
fortalecimiento de las identidades que han sido el soporte de la
resistencia, de la memoria y del renacimiento de la esperanza para la
Nueva Colombia.
Jaime Caycedo,
Secretario general del PC Colombiano
Guayaquil, Ecuador, noviembre 13 de 2014
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