“Colombia, realismo mágico”, la nueva campaña de Proexport para atraer turistas, insiste en el estereotipo pintoresco, sin entender que esconde la denuncia de un fracaso histórico.
No solo Gabo
El
concepto de “realismo mágico” fue acuñado por el crítico Franz Roh en
1925 para referirse a las obras del postexpresionismo alemán. Algunos
años después, en 1948, el mismo concepto fue incorporado a la crítica
literaria latinoamericana por el venezolano Arturo Uslar Pietri.
Finalmente,
se impuso como regla para medir la ficción de este lado del mundo
después de que el cubano Alejo Carpentier empezara a hablar de lo “real
maravilloso americano” en su obra El reino de este mundo, de 1949, y de que Ángel Flórez lo difundiera en una publicación de 1954.
Aunque las definiciones de cada uno de estos críticos varían entre sí, la mayoría concuerda en que esta
manera de aproximarse a la realidad supone una mirada abierta y
desprovista de contenciones racionalistas por parte del autor, quien
contempla y plasma lo misterioso y maravilloso del mundo que lo rodea;
especialmente cuando — como dice Carpentier — el mundo explorado es el
americano, donde desde la misma conquista del territorio se hizo
evidente que era un espacio extraordinario.
En
la literatura latinoamericana, varios autores demostraron cercanías con
esta aproximación estética — aunque nunca se inscribieron formalmente
en la planilla del “realismo mágico” — como Juan Rulfo, Miguel Ángel
Asturias y, por supuesto, el colombiano Gabriel García Márquez.
Proexport vía http://seecolombia.travel/blog/ |
El buen salvaje
Probablemente,
los creativos de Proexport no tuvieron demasiado en cuenta esta
tradición crítica cuando decidieron bautizar su más reciente campaña
publicitaria para incentivar el turismo: “Colombia, realismo mágico”.
Seguramente
pensaron que podrían aprovechar el desafortunado lugar común de
“realismo mágico” — usualmente atribuido a la obra de Gabriel García
Márquez — para vender un país lleno de mariposas amarillas, de doncellas
que suben al cielo en cuerpo y alma o de lluvias de flores que caen
espontáneamente del cielo.
Este exotismo simplista ha sido el mismo que desde hace siglos ha estereotipado al continente suramericano como una tierra pintoresca, por fuera de la historia y de la modernidad:
unos nativos amables y serviciales que atienden como a reyes a los
turistas con piel de camarón, cargando en sus cabezas canastas de
frutas.
A punta de definirnos como mágicos y maravillosos, se nos ha infantilizado como buenos salvajes
corriendo en playas paradisiacas, mientras que los centros de
pensamiento que definen el futuro económico y político del planeta
pertenecen, evidentemente, a las grandes potencias.
Y
lo peor es que nos lo hemos creído: felices de ofrecer a la humanidad
colores, sabores y músicas, mientras esperamos con orgullo alguna
propina de Cristóbal Colón por cuidar su barco, mientras él hace grandes
negocios.
Foto- Proexport vía http://www.dinero.com/ |
El fracaso de Macondo
Además
de esto, la reiteración del gastado y vacío “realismo mágico” asociado a
una campaña turística le da una puntillada mortal a la literatura del
gran maestro Gabriel García Márquez, quien parece condenado cada vez más
a ser ingratamente recordado como el cantor de “nuestras maravillas”.
Sin
duda, en la literatura de García Márquez, el Caribe es un espacio lleno
de desproporcionadas bellezas y de historias intensas y profundamente
humanas, pero, leída de cerca, la mentada “magia” que dicen que rezuma
de sus páginas nos revela que se trata más del ilusionismo y la mentira a
las que hemos sido sometidos históricamente que de un motivo de
orgullo.
Por
eso, reducir la literatura de Gabriel García Márquez a la condición de
folleto promocional la despoja de su profunda condición crítica y la
equipara a un triste macondismo, que nos caricaturiza en lugar de permitirnos comprender mejor nuestro pasado, para empezar a cambiar nuestro futuro.
Basta con leer algunos de sus cuentos y novelas para darse cuenta de que el
“realismo mágico” que García Márquez se dio cuenta que nos rodea es el
de los políticos que enredan a las poblaciones arruinadas mediante un
discurso ininteligible, al mismo tiempo que
exhiben grandes fachadas con pueblos sonrientes y casas bien pintadas
para tapar el aspecto de los tugurios reales, como se muestra en el
cuento “Muerte constante más allá del amor”.
O
que lo desproporcionado de nuestra historia no es solo la pasión vital,
sino los fastos con que el poder se regodea en sí mismo mientras recibe
el aplauso de sus víctimas, como en los monumentales “funerales de la
Mamá Grande”, quien acaparó todo: las riquezas, el poder, los símbolos
de la nación, lo divino y lo humano. Y si el resto de mortales se
extasía con el colorido carnaval que sucede a su muerte, la pura y
simple realidad es que la Mamá Grande le sigue pasando sus tesoros y sus
hilos invisibles a las nuevas generaciones de poderes monopolizadores.
La
fantasía de las novelas de García Márquez son las de los alcaldes con
dolor de muelas que convencen a sus gobernados de que en el país reina
un ambiente de paz, que el peligro fue conjurado, mientras por las
noches siguen desapareciendo a los opositores y expoliando las tierras.
Es
muy diciente de nuestra idiosincrasia que Colombia se siga
enorgulleciendo e identificando con la famosa población de Macondo de Cien años de soledad, como
si fuera una versión mágica y maravillosa de nosotros, cuando no es más
que un ejemplo descorazonador de un fracaso histórico.
Puede
que sean inolvidables las escenas de flores amarillas que caen toda la
noche en Macondo después de la muerte de José Arcadio Buendía o del hilo
de sangre que recorre todo el pueblo para darle a Úrsula Iguarán la
certeza de que su hijo ha muerto; pero junto a estas piezas de
espectacularidad se encuentran historias tras historias de condiciones
deplorables de nuestro sino.
No
hay sino que padecer las treinta y dos guerras civiles que impulsó el
coronel Aureliano Buendía para comprobar que mientras que las
revoluciones decimonónicas se ahogaban a cuarenta grados de temperatura,
los partidos políticos se repartían el poder en la capital, y que a
pesar de las supuestas distinciones ideológicas que los separan, la
única diferencia entre conservadores y liberales (sean cuales sean sus
equivalentes en el presente) era que unos asistían a misa de cinco y
otros a misa de ocho.
Foto- http://www.proexport.com.co/ |
Idiotez sin pasado, ¿incentivo turístico?
La magia en Cien años de soledad no
es la del gitano Melquíades, sino la de los “ilusionistas del derecho”
que enredaron en un delirio hermenéutico a los trabajadores del banano
para dejarlos sin nada, cuando se levantaron en protesta por sus
condiciones laborales.
Ilusionismo, magia, pirotecnia y ficción, son términos que en Cien años de soledad se
aplican con menos frecuencia a los habitantes de Macondo que a los
técnicos de la compañía norteamericana que cambiaron el medio ambiente
de la población o a los militares que realizaron el acto de “magia” de
hacer desaparecer más de tres mil trabajadores y después convencer a
todo el mundo de que aquí no ha pasado nada; que Macondo, que Colombia, es un pueblo feliz y que todo lo malo no ha sido más que un sueño.
Ese es, amigos, el nudo de nuestro “realismo mágico”.
Si alguna vez Gabriel
García Márquez escribió esta historia lo hizo tal vez esperando que
algún día este ciclo inmemorial de muerte, engaño y frustración fuera
arrasado por un viento que arrancara de tajo nuestros errores históricos,
y no para que cuarenta y cinco años después nos festejáramos en nuestra
idiotez sin pasado, haciendo de la ignorancia, felicidad, y de nuestra
capacidad para ser engañados, un incentivo turístico.
* Historiador
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