La contienda presidencial revela las hondas diferencias que han venido horadando el bloque de la derecha dominante. Mientras los resultados de las elecciones parlamentarias muestran una tendencia a la consolidación del régimen en sus mayorías fabricadas a punta del derroche de capital con la compra de votos y el vergonzoso sistema de la Registraduría, la batalla por la presidencia exhibe las serias dificultades del proyecto reeleccionista de Santos-Vargas Lleras en la primera vuelta y un dudoso porvenir en la segunda.
El poder mediático se empeña en inflar el paquete Peñalosa-Segovia para presentarlo como una salida intermedia, escondiendo su faz de agente de las políticas del Banco Mundial, de responsable de la contratación de las losas defectuosas de Transmilenio y de feroz represor de los trabajadores informales, tras la máscara de una supuesta candidatura de centro-izquierda. Entre tanto, la derecha guerrerista no logra congregar detrás de la fórmula Zuluaga-Holmes la fuerza suficiente para restaurar en el gobierno a la fracción de clase del uribismo.
Puede pensarse que estas pugnas son diferencias menores que podrán ser resueltas por medio de compromisos en las alturas. De hecho, hemos presenciado las complejas disputas por el control de la cúpula militar que tiene a su cargo el descomunal y costoso aparato de la guerra y la represión. La idea de un pacto implícito aflora especialmente bajo el argumento de la debilidad de una fuerza alternativa y se documenta en los precarios logros electorales de la izquierda. Tal vez el indicador eleccionario no sea el único capaz de rastrear los factores de fondo, las placas tectónicas de la lucha de clases en el actual momento.
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