Al reiniciarse las sesiones de diálogo gobierno y Farc en La Habana en este nuevo año pueden sacarse algunas conclusiones liminares. El proceso ha avanzado y mostrado su viabilidad, a contrario de los vaticinios de la ultraderecha y del poder mediático. La seriedad de planteamientos y la prudencia de las declaraciones muestran las diferencias pero reafirman la confianza en el camino escogido. Los detractores de oficio han perdido argumentos y existe una expectativa internacional que expresa simpatía por el buen suceso.
En contravía del silenciamiento de los medios, las 19 audiencias adelantadas, en un primer momento, por las Comisiones de paz de Senado y Cámara; el Encuentro Pueblos Construyendo Paz y la realización exitosa del Foro Política de desarrollo rural con enfoque territorial, muestran que en amplias capas de la sociedad, concernidas directamente por el primer punto de la Agenda y más allá de ellas, no existe indiferencia y si disposición de participar propositivamente. El cúmulo de propuestas no son solo agregados a la legitimidad del proceso. Son indicación clara de la necesidad de cambios de fondo que el establecimiento no puede continuar ignorando.
Buena parte de lo efectuado ha sido en pugna con la actitud limitante del gobierno. Actúa éste con una valoración puramente instrumental, con la idea de que “todo cambie para que todo siga igual”. Piensa en cálculo de rédito electoral de los resultados del proceso y eso en el cortísimo plazo de meses que separa las conversaciones actuales de la campaña pro reelección de Santos. No asume con realismo la complejidad de la tarea emprendida. Prevé que puede lograr la desmovilización del adversario a cambio de un alijo de promesas, en el marco de las cuestionadas y corruptas instituciones vigentes. O que, de repente, un operativo contundente de la guerra en medio del diálogo imponga la fuerza por encima de la razón. De momento, continúa actuando solo con su visión de clase, sin una reflexión franca ante el país sobre la paz como un problema nacional y social de alcance histórico. El menosprecio por el Preámbulo del Acuerdo general como “mera carreta ideológica” debería reemplazarse por una mirada más comprensiva de la realidad colombiana cuando se sienten ya los latigazos de la crisis capitalista mundial.
Debemos decirlo con toda responsabilidad: solo la movilización popular puede hacer aterrizar las ilusiones gubernamentales de una paz sin cambios democráticos que ataquen las causas profundas de la guerra. El enorme descontento popular expresa el movimiento real de las fuerzas sociales en trance de despertar. Por lo pronto, los debates con presencia popular han empezado a diseñar un nuevo modelo económico y social rural, compatible con la paz y con la democratización del Estado y de la Sociedad. Delinean una utilísima plataforma de lucha por la reforma agraria y la democratización económica contra la aterradora desigualdad que sustenta y reproduce el modelo neoliberal dominante.
Solo la movilización popular y el amplio movimiento de simpatía y apoyo a la solución política que rodee el proceso puede impedir la ruptura del diálogo, por efecto de la arrogancia guerrerista o el cálculo electorero. Todas las fuerzas de la democracia, los sectores conscientes de las fuerzas militares, las diversas vertientes de la insurgencia, la intelectualidad y la cultura, tienen la obligación de actuar de manera proactiva para que el diálogo de paz culmine exitosamente. El debate abierto, debe continuar como foro permanente sobre todos los seis puntos de la Agenda y su Preámbulo. Su pertinencia nos concierne a todos, nos pertenece, nos impone responsabilidades. La Ruta Social Común, las constituyentes por la paz, el congreso por la paz, la amplia convergencia de movimientos, organizaciones, víctimas, iglesias, intelectuales, etnias, regiones, universidades, mujeres y jóvenes tiene que trabajar en colectivo para lograr una inmensa demostración de masas que estreche el vínculo del descontento social con la oportunidad de la paz como espacio de los cambios histórico políticos, largamente postergados.
Jaime Caycedo Turriago
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